«De todo corazón te damos gracias, Señor»
Muy queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
Les saludo con cariño, con afecto, a ustedes que están aquí en nuestra sede, la Catedral de Corpus Christi, sede de nuestra Arquidiócesis de Tlalnepantla; quiero saludar también a los que siguen esta Eucaristía desde distintos lugares, dentro y fuera de México. Que todos experimentemos la alegría de ser hijos de Dios, hijas de Dios.
El tema de este domingo XVII del Tiempo Ordinario, como bien sabrán, es la oración. Y siempre la Palabra de Dios nos cuestiona, y ver cómo hacemos oración cada uno de nosotros, y qué importancia tiene la oración para el cristiano. De tal manera que hoy, uno de los discípulos de Jesús le dice: «Señor, enséñanos a orar», como Juan el Bautista enseña a sus discípulos.
Y Jesús dijo esta oración: el Padre Nuestro, la única oración que Jesús enseñó. Y estoy casi seguro de que fue la primera que nosotros aprendimos en nuestra vida, que nuestra mamá nos enseñó, nuestro papá o nuestros abuelitos nos enseñaron la oración del Padre Nuestro. Y tal vez la digamos ya de una manera muy mecánica, pero tiene una gran riqueza, que sobre todo es a lo que vino Jesús, Él vino a la Tierra para darnos una noticia muy importante: que somos hermanos, y que tenemos un Padre, que es Dios. La oración del Padre Nuestro no empieza diciendo "Dios Todopoderoso, Omnipotente", sino con la palabra "Padre". Y un Padre misericordioso, un Padre bondadoso.
¿A qué vino Jesús? Vino a salvarnos, como aprendimos en el catecismo, vino a decirnos que tenemos un Padre, pero también a invitarnos a construir su Reino: «Venga a nosotros tu Reino». Y desde cualquier ámbito, cualquier grupo, movimiento o asociación, desde cada lugar donde vivimos todos los católicos tenemos el reto de colaborar en la construcción del Reino de Dios. Y el Reino de Dios es donde hay paz, donde hay fraternidad, donde hay comunidad, donde hay respeto, donde hay apoyo, donde hay perdón; todos esos valores que Jesús nos enseñó. «Venga a nosotros tu Reino».
Por eso es importante ver que la oración es algo que nos enriquece, y nos comunicarnos con nuestro Padre para tener las fuerzas y la alegría para poner nuestro granito de arena para que Dios reine. A veces el diablo es el que está reinando en nuestro mundo, y vemos los efectos: la división, la violencia, la inseguridad, la falta de respeto a los derechos humanos y a la familia. Por eso, tenemos que seguir diciendo «Venga a nosotros tu Reino», pero nosotros debemos ir colaborando.
La segunda parte del Evangelio nos habla de cómo tenemos que ser insistentes en la oración, constantes. A veces podemos ser personas de oración por un tiempo y luego la dejamos. Siempre he dicho que el ejemplo, el modelo, es Jesucristo. Y a lo mejor, nuestra oración es mucho de petición, de pedir y pedir, o de intercesión. Pero también existe la oración de acción de gracias, de dar gracias por todo lo que vamos viviendo en nuestra vida. Tenemos que insistir, así como Abraham insistió y encontró una respuesta positiva de Dios.
La tercera parte de este Evangelio termina diciendo que si nosotros, que somos malos, sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos –un papá y una mamá no le darán una serpiente a su hijo si le pide de comer–, ¡con mayor razón nuestro Padre Dios, que está en los Cielos y que está en medio de nosotros, nos dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan! Por eso es importante que nosotros, como cristianos, alimentemos nuestra fe.
Cuando tengo la oportunidad de hacer confirmaciones, siempre está el símbolo de la vela, que representa a Cristo, luz del mundo. Esa vela se enciende del Cirio Pascual. Y yo les digo a los que confirmo que tenemos que tener cuidado en alimentar nuestra fe para que no se apague. Y precisamente, un modo es la oración, que puede ser personal, en familia o en comunidad, pero siempre tener la Palabra de Dios para que alimente nuestra vida.
Me da mucha alegría ver hoy aquí a tantos jóvenes, adolescentes y jóvenes, que quieren ser luz del mundo, que quieren ser sal de la tierra, que quieren alimentar su espiritualidad, su fe. Ustedes, quienes van al Jubileo de Roma, tienen el reto de ser esas antorchas que iluminan. A veces, si vemos las estadísticas, se calcula que un millón de jóvenes estarán con el Papa. Realmente son muchos y, a la vez, son pocos; pero cuando se es fermento en la sociedad, es algo maravilloso. Por eso, quiero felicitarlos a los que van y animarlos, junto con los sacerdotes que los acompañan, para que sea una experiencia profunda y para que piensen cómo pueden iluminar la fe de muchos adolescentes y jóvenes en nuestra Iglesia particular.
Hoy debemos estar convencidos de que la oración es fundamental; esa oración, que no es perder el tiempo. Ayer hice la bendición de una capilla del Santísimo. ¡Y qué hermoso es cuando uno va al Santísimo, a la capilla, para estar con Jesús Sacramentado, para platicar, para escuchar y para renovarse como persona y como cristiano!
Que nosotros seamos personas de oración, y la oración redituará en muchas obras generosas para ir construyendo nuestro Reino, el Reino de Dios. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla