«Busquen los bienes del Cielo»
Queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
A todos los saludo con mucha alegría, a ustedes que participan hoy aquí presencialmente en nuestra Catedral Corpus Christi y también a todas las personas que nos siguen, ya sea en el territorio arquidiocesano, en algún lugar de la República y también del extranjero.
En este Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, la Palabra de Dios nos invita a que pensemos en quién ponemos nuestra confianza. Tanto la primera lectura, del libro del Eclesiastés, el Cohelet, en San Pablo a los Colosenses y el Evangelio, nos hablan del mismo tema: como discípulos misioneros, como cristianos, ¿qué tanta importancia le damos a los bienes materiales y nos olvidamos de los bienes del Cielo?
Es importante que tengamos presente esa expresión del salmo responsorial que dice: «La vida es como un sueño», es decir, la vida es breve. Y ciertamente, cuando el Señor nos llame a cada uno de nosotros, lo que nos llevamos es qué tanto lo amamos a Él y cuáles obras realizamos en nuestra vida. No nos llevamos nada material, sino lo que hicimos por nuestros hermanos y hermanas; lo que le hicimos a Jesús.
El Evangelio nos habla de una persona que se le acercó entre la multitud a Jesús y le dijo: «Dile a mi hermano que me dé la parte de herencia que me toca». Jesús pone en claro rápidamente cuál es su papel y dice: «Yo no soy un juez». Y después, da una palabra muy interesante que dice: «Eviten la avaricia». Y pone una parábola. A mí me encantan las parábolas porque son catequesis que nos da a cada uno de nosotros para que entendamos al final cuál es el mensaje central.
Y habla de una persona, por cierto, muy trabajadora, que se dedicaba, pues, a cosechar. Y pensó que ya no le alcanzaba el lugar para almacenar los granos y por eso piensa hacer una gran bodega para que estuvieran las cosechas. Y la reflexión que hacía esta persona era: «Después de que termine la bodega, ahora sí, voy a darme la buena vida a comer, a beber, a disfrutar». Y viene aquí lo que dice Jesús en esta parábola: «¡Insensato! Esta noche te llamaré. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde?».
Y ahí está la enseñanza. Nosotros podemos hacer muchas interpretaciones y deducciones de esta parábola. El problema no era que esta persona fuera previsora, porque eso es algo muy bueno. El problema era que él se había olvidado de todos: de su familia, de sus vecinos, de su comunidad, de Dios, y solo pensaba en acumular. Ahí está el problema, no pensaba en compartir.
Lo que nos dice la Palabra de Dios este domingo es: ¿Cuál es nuestra actitud ante los bienes materiales? Podemos tener mucho o podemos tener poco, pero ¿cuál es nuestra actitud? ¿Lo compartimos con los demás? ¿Pensamos en aquellos que lo necesitan? Esto lo podemos reflexionar a nivel personal, pero también a nivel de comunidad, a nivel internacional, en las relaciones de los países, donde el proyecto de Dios siempre es un proyecto de fraternidad, de comunión, de familia, de que a nadie le falte nada. Y a veces nos insensibilizamos y vemos que también en el mundo hay niños y niñas que mueren de hambre materialmente en África, por ejemplo, en algunos países donde no tienen para alimentarse. ¿Y cuál es la política, las políticas que se tienen en los países? Pues son políticas de acumulación de tener más. Y bueno, pues, ahí está el Evangelio de hoy, a partir de esa pregunta que le hace esa persona sobre un caso.
Ojalá que el Señor también ablande siempre nuestro corazón, porque no solamente podemos compartir lo material, podemos compartir nuestros carismas, nuestros dones, nuestro tiempo. Lo podemos compartir con aquellos que lo necesitan. «Busquen los bienes del cielo». Y la primera lectura nos dice: «Todo es vano en el mundo», las apariencias, aquello que reviste a la persona de poder y lo más importante se nos olvida, que es la fraternidad, ser hijos de Dios en la vida cotidiana.
Que el Señor nos ayude a ser compartidos, a buscar siempre los bienes del Cielo, que es lo que nos llevamos cuando el Señor nos llame, nos llevaremos las obras que realizamos en nuestra vida. Ojalá que sean obras de amor como discípulos misioneros de Jesucristo. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla