«Humildad y amor desinteresado»
Muy queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
A todos los que se encuentran aquí en nuestra Catedral de Corpus Christi, en Tlalnepantla, que es la sede arquidiocesana, los saludo con mucha alegría, y también a las personas que siguen esta transmisión en diferentes lugares de nuestra Arquidiócesis, de la República Mexicana y también en el extranjero. A todos les deseo la paz del Señor.
En este XXII Domingo del Tiempo Ordinario se no se invita a reflexionar en dos actitudes, en dos valores que Jesús vive y quiere que también nosotros como discípulos misioneros, discípulas misioneras, los podamos vivir. Uno es la humildad y el otro es el amor desinteresado.
En este tiempo hay una inversión de valores y parece que los valores que propone Jesús han pasado de moda, pero sabemos que son los valores más importantes y que si lo seguimos vamos a participar del banquete eterno del Reino de los Cielos.
Por un lado la palabra humildad. Proviene de latín “humilis”, que a la vez se deriva de la palabra “humus”, que significa tierra. El que es humilde es el que está a ras de tierra y es consciente de la distancia que tiene con Dios. Y por eso la persona humilde es aquella que siempre tiene presente a Dios.
La primera lectura nos habla de la humildad, ¡qué importante valor! Y también el Evangelio. Y hoy Jesús pone dos pequeñas parábolas para indicarnos la importancia de la humildad.
Resulta que un fariseo, jefe, lo invita a comer. Y Jesús va a la comida con sus discípulos. Lo estaban espiando, nos dice el Evangelio. Y Jesús estaba observando lo que sucede en esta comida y cómo algunos buscaban estar en los mejores lugares. Por eso les propone esta parábola: «Cuando te inviten, no los ocupes, sino ve a otros lugares». De tal manera que si tú te vas a los mejores lugares puede haber el peligro de que te digan: “Ese no es su lugar”, y vas a sentir pena, vergüenza. En cambio, si te pones en un lugar distinto y te pasan a los lugares más importantes, pues tú lo agradeces. Él veía que ellos buscabas lo mejor. Pero la humildad siempre Jesús la puso en práctica: «Yo no vine a ser servido, sino a servir. El que quiera ser el más importante debe ser el último». Y por eso les decía que nuestra sociedad como que a veces no cuadra, y uno quiere ser importante y quiere tener prestigio y quiere tener poder. En cambio Jesús dice: «Hazte humilde, hazte sencillo. No seas prepotente, no mires a los demás con soberbia, sino siempre sé humilde». Y por ahí me gustó mucho una una escena donde se nos dice que “solamente tenemos que ver hacia abajo a alguien cuando lo levantamos”, porque está postrado.
Y después viene la otra parábola pequeña, donde dice: «Cuando tú organices una comida no invites a tus amigos, familiares –no debemos tomarlo al pie de la letra, pero el mensaje central es– invita a los pobres, a los lisiados, a aquellos que están enfermos, a los más pobres, porque ellos no tienen con qué pagarte», es el amor desinteresado, humildad y amor desinteresado que conlleva a la generosidad de una persona.
Tenemos que preguntarnos cada uno de nosotros el día de hoy: ¿Qué tan humildes somos?, ¿cómo está nuestro corazón? Puede estar lleno de soberbia, de prepotencia. ¿O estamos buscando ser humildes al estilo de Jesús?, ¿qué tan generosos somos en nuestra vida?, ¿dedicamos nuestro tiempo a los demás, a aquellos que sufren, a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes?, ¿somos desinteresados, porque queremos que descubran el rostro de Dios?
Pues hoy le pedimos al Señor que estos dos valores, estas dos actitudes, las tengamos cada uno de nosotros, para poder mostrar también el rostro de Jesucristo. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla